22 de mayo de 2008

Recordando a Julia de Burgos


Foto tomada por Ivette Serrano
Recordando a Julia de Burgos
Manuel Méndez Ballester, q.e.p.d.
15 de febrero de 1990

Ballester dedicó el presente artículo a la Profa. Hilda M. Bacó, Directora de la Universidad Interamericana de Aguadilla, con motivo del recital que ofreciera en dicha Universidad, en homenaje a Julia de Burgos, el señor David Ortiz Angleró.


Julia de Burgos nació y se crió junto al Río Grande de Loíza, ese río que se desliza mansamente con su espinazo de plata por las tierras del pueblo de Carolina en Puerto Rico.
--------- ¿Usted conoció a Julia personalmente, don Manuel?
--------- Éramos amigos y compañeros de trabajo en San Juan, en el Departamento de Instrucción Pública. Julia no pudo haber nacido en otro lugar del mundo. Tenía que haber nacido junto al Río Grande de Loíza.
--------- ¿Y por qué?
--------- Porque Julia era, en su impenetrable misterio poético, el mismo Río Grande de Loíza transfigurado en llanto de agua por su patria irredenta. Esa es mi tesis.
--------- Explíquese, don Manuel.
--------- Atiende y te convencerás de lo que te acabo de decir. Cualquiera que haya conocido a Julia de cerca y que también haya conocido de cerca este hermoso río puertorriqueño, tiene que aceptar que Julia era el río mismo transmutado por obra de la alquimia poética. Cuando Julia hablaba de su niñez y de su adolescencia, el Río Grande le brotaba entre sus labios como un manantial de palabras. Le digo esto porque un día nos llevó a varios amigos a conocer su río padre, a su río Dios, a su Río Grande de Loíza. Cuando llegamos junto al río, Julia, sonreída, es mi “río” y el río se quedó tranquilo, en el tranquilo, en el hueco de su mano, como una rosa de agua.
--------- ¿Cómo era Julia de Burgos, don Manuel?
--------- Era una mujer alta, elegante, callada, discreta y sensual, y como el río mismo, libérrima.
--------- ¿Cuándo la conoció usted?
--------- A fines de la década de los años 30, cuando yo llegué a San Juan procedente de Aguadilla con el manuscrito de mi primera obra, Isla Cerrera, debajo del brazo. Yo tendría unos veinticinco años. Conocí a Julia en la tertulia que tenía, el restaurante El Chévere, en la parada 23, en Santurce, nuestro poeta nacional Luis Llórens Torres. Fui a la tertulia acompañado del periodista Manuel Rivera Matos y del poeta Francisco Manrique que me presentó a Llórens, y Llórens me presentó a Julia de Burgos, su invitada a la tertulia de aquella noche.
--------- Don Manuel, le oí decir a usted una vez que por allí cerca estaba también la famosa tertulia de don Luis Muñoz Marín.
--------- Ah, si. La tertulia política de Muñoz, al lado opuesto de la calle, en el restaurante El Nilo. Pues, como te iba diciendo, Llórens Torres acostumbra invitar a su tertulia de El Chévere, a los poetas y escritores jóvenes de aquella época. Enseguida entablé conversación con Julia y cuando le dije que yo trabajaba como libretista en la Escuela del Aire del Departamento de Instrucción, se alegró muchísimo y me dijo:
--------- ¡Qué casualidad, muchacho! Yo tengo un nombramiento para empezar a trabajar en la Escuela del Aire del Departamento de Instrucción.
--------- A ella se le conocía ya por sus primeros versos.
--------- Por supuesto.
--------- ¿Quiénes trabajaban en la Escuela del Aire en aquella época?
--------- Pues… Madeline Williemsen, Carmen Marrero, Lucy Boscana, Ligia Marchard, Enrique Laguerre, Arcilla Ríos, José Luis Torregrosa. Más tarde entró Paco Arriví. Julia estuvo dos o tres años trabajando con nosotros y finalmente se trasladó a Nueva York en busca de otros horizontes sin imaginarse remotamente que iba camino de su calvario, de su muerte.
--------- ¿Usted no volvió a verla más?
--------- Si, como no. En Nueva York, años más tarde. Yo estaba estudiando entonces un curso sobre técnica dramática en la Columbia Broadcasting System y me la encontré un noche, por casualidad, en la estación del “subway”, en la Grand Central, al cambiar de trenes, La reconocí en el acto y me fui detrás de ella hasta que la alcancé. Al vernos de nuevo, después de tantos años, nos abrazamos de la alegría, pero no pudimos hablar.
--------- ¿Y por qué?
---------Porque Julia había perdido la voz. Estaba afónica, muy delgada y macilenta. Como no podía hablar, me escribió en una libretita lo siguiente:
“Estoy muy enferma. Voy a recluirme en el hospital municipal. Dame tu teléfono. Yo te llamaré. Julia anotó el número de mi teléfono. Estaba nerviosa y tenía prisa. La invité a que fuésemos a un restaurante y movió la cabeza negativamente. Cuando nos despedimos con un abrazo, al desaparecer ella en el gran remolino humano de la Grand Central, se me nublaron los ojos. Tuve el presentimiento de que no volvería a verla. Y así fue. Días después, Julia se encontró con la muerte en una calle de Nueva York, en circunstancias extrañas. Sus restos reposan en Puerto Rico, junto a la orilla de su Río Grande de Loíza. “Río Grande --- como dice ella al final de su gran poema---. Llanto grande. El más grande de todos nuestros llantos isleños si no fuera más grande. Él que de mí se sale por los ojos del alma para mi esclavo pueblo.”
---------Es un poema bellísimo, don Manuel.
--------- Es un diálogo con el Río Grande que termina en llanto profundo, cuando yo lo leí por vez primera le dije a Julia: “Julia, tu poema Río Grande de Loíza es un coloquio entre el Río Grande y tú”. Ella me miró sonreída y me preguntó:
--------- ¿Te gusta?
---------Muchísimo. Ese será tu gran poema.
--------- Si te gusta tanto, ¿Por qué no haces el poema en forma de coloquio?
--------- ¿Me das permiso?
Julia asintió cerrando sus ojos con una sonrisa. Hoy, después de tantos años, voy a cumplir con aquel compromiso. Estoy escribiendo, en forma dialogada, el coloquio entre Julia de Burgos y su amante, el Río Grande de Loíza.

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